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La figura de Lincoln es tan grande que su sombra llega hasta nosotros

No es necesario haber estudiado en un colegio en Estados Unidos o de tradición norteamericana para saber detalles de su vida y de su muerte: fue presidente; durante su mandato abolió la esclavitud y se preservó la unión americana; murió en un atentado en un teatro en Washington. Cada cierto tiempo algún libro o película o personaje le da un cepillazo a su figura y la vuelve a presentar recién bañada y con un vestido nuevo. Por estos días es la película de Spielberg, protagonizada por Daniel Day-Lewis. Hace cuatro años fue el recién electo presidente Obama, que lanzó su candidatura en el mismo lugar en que lo hiciera Lincoln siglo y medio antes, y juró sobre la misma Biblia, e hizo el mismo recorrido en tren para llegar a Washington, etcétera.

Un periodista neoyorquino de su época, Noah Brooks, lo llamó “el hombre más grande que ha habido desde San Pablo”. Walt Whitman, “el actor principal del drama más tormentoso que el escenario de la historia real conociera en siglos”. Tanto aprecio, tanto manoseo, han producido una cantidad hostigante de panegíricos de ese tipo, así como un sinfín de ataques justificados y no, teorías de la conspiración y delirios del tamaño de su estatua en Washington. ¿Lincoln era homosexual? En 2006 se publicó un libro escrito por el psicólogo C. A. Tripp titulado El mundo íntimo de Abraham Lincoln. Allí su autor, uno de los analistas del famoso Informe Kinsey, revisa cartas, discursos y testimonios de allegados, para concluir sin ambivalencias que Lincoln era gay. Ya antes algunos biógrafos del decimosexto presidente de Estados Unidos habían advertido ciertas costumbres ‘raritas’ en el personaje. Una biografía de 1926, escrita por Carl Sandburg, mencionaba las relaciones más estrechas de lo adecuado entre Lincoln y Joshua Speed, antiguo jefe de Abraham en una tienda de mercaderías en New Salem, Illinois. Trabajadores del Palacio Presidencial durante la administración del buen Abe, entre 1860 y 1865, también advirtieron que David Derickson, su jefe de seguridad, dormía en la cama del presidente cuando la primera dama no estaba; “y usaba el camisón de Su Excelencia”, declaró Thomas Chamberlain, miembro de la guardia personal. Por supuesto, todo esto ha sido debidamente desmentido y cuestionado, como corresponde al mito de Lincoln. También ha sido confirmado por otros escritores e investigadores. La curiosa barba Lincoln fue el primer presidente de Estados Unidos en usar barba —también fue el primer presidente republicano y el primero en morir asesinado—. Pero si se miran las fotos y los afiches de su campaña se le ve el rostro anguloso limpio y bien afeitado. La historia es simpática: el 15 de octubre de 1860, durante la campaña presidencial, Lincoln recibió una carta de una niña de doce años, Grace Bedell, donde le decía que tenía la cara muy delgada, pero que con una barba mejoraría su apariencia. Si se la dejaba crecer, ella se encargaría de convencer a sus hermanos para que votaran por él. Durante los meses que pasaron entre el triunfo en las elecciones y su posesión, él se dejó, entonces, crecer su barba característica. En el viaje a Washington para tomar posesión de su cargo, se detuvo en Westfield, Nueva York, el pueblo de Grace. Después del discurso la buscó y conversó con ella. “Se sentó conmigo en el andén y me dijo que se había dejado crecer la barba por mí. Luego me dio un beso. Nunca lo volví a ver”, declaró Grace a un diario. Las coincidencias entre Lincoln y Kennedy Durante años ha circulado por ahí una lista de ‘coincidencias sorprendentes’ entre los dos presidentes asesinados. El número de letras de sus nombres, algunas fechas determinantes en la vida de ambos con cien años de diferencia… basta poner en Google los dos nombres para encontrar la lista. Todo elloha sido desmentido, y las coincidencias que permanecen entre ambos no son más sorprendentes que las que pueda haber entre cualquier lector de esta nota y su vecino de trancón en el carro de al lado. ¿Cazador de vampiros? Por el amor de Dios, no. La película Lincoln cazador de vampiros, de Timur Bekmambetov (2012) tuvo cierta repercusión en los medios por lo estrafalario de su planteamiento. La reseña de Peter Travers para la revista Rolling Stone incluye un comentario inapelable: “La película merece una estaca en el corazón”. ¿Quién fue, en últimas, Abe Lincoln? Un hombre que se hizo a sí mismo. Nació en una cabaña de troncos sin piso, pasó por la escuela apenas pocos meses, hizo todo tipo de trabajos para mantenerse. Por su cuenta, a partir de su curiosidad y empeño infinitos, estudió matemáticas y geometría, se hizo agrimensor y prominente abogado, se convirtió en un orador eterno y en un político brillante. Su profunda autoconciencia y su pensamiento de jugador de ajedrez fueron los pilares de su inteligencia. En últimas, de su grandeza: “Cuando medito una idea, no me siento a gusto hasta que la he orientado al norte, al sur, al este y al oeste”, escribió. Conoció la lucha, la traición y el dolor: vio morir a dos de sus cuatro hijos. La Guerra Civil estalló casi el mismo día de su posesión, y terminó diez días antes de su muerte. Y contra todo, logró lo que se propuso: conservar la unión y al tiempo el poder federal, abolir la esclavitud, y preservar los principios de su partido: proteccionismo aduanero, política bancaria inflacionista, inversión pública. Pero muchos no estuvieron de acuerdo, entre ellos el actor John Wilkes Booth, que le disparó en el teatro Ford el 14 de abril de 1865.

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